Capítulo
III
Se preguntarán qué hago acá. Casualmente me
sucede lo mismo. Aun no creo ser el protagonista de este mal sueño. Sin
embargo, cuando los guardiacárceles golpean los barrotes de la celda y abro los
ojos, compruebo que ésta es mi triste y asfixiante realidad.
Si tan solo hubiese contenido el impulso, si
aunque sea hubiese utilizado la razón, dejando de lado el corazón, ¡qué tan
distinto sería mi presente! Y ni hablar de mi futuro…
Con respecto a éste, por los pasillos se
tomaron con mucho pesar mi pronta ejecución. Si bien no tengo amigos aquí, el
vernos todos los días y saber que estamos respirando a pocos centímetros unos
de otros, nos une. El hábito de sabernos presentes y el miedo a saber que
cualquiera puede ser el próximo, también suma.
Sin embargo, y a diferencia de ellos, deseo
que llegue el día en que abandone al fin este sitio, aunque deba ser dejando mi
cuerpo bajo tierra. Mi alma ya lo está hace rato y me duele el corazón por lo
irremediable de la situación. Ni siquiera puedo jactarme de ser inocente o de
ser mal juzgado por la justicia estadounidense por ser latino, ni siquiera
librándome de la inyección letal podría volver a ser feliz, porque nunca podré
perdonarme por lo que hice. Y es que asesino no se nace. Asesino se hace y a mí
me hicieron… algunas circunstancias, que entiendo están ansiosos por
conocerlas, pero me son tan difíciles de pronunciar.
Es tan triste para mí retornar a ese momento
que me condujo hasta aquí: a la muerte en vida, una amarga agonía, mi vida
enjaulada, el infierno con creces, la soledad acompañada. Y es que cuando me
asomo por los barrotes veo tanta gente y al mismo tiempo el desierto.
Solo me tengo a mí y ni siquiera quiero
tenerme. Me llevo a cuestas deseando sacarme de encima y sin poder lograrlo. Ya
les conté que aquí no quieren perderse el privilegio de ser ellos los que nos
manden al tártaro. Y la verdad es que no hay peor castigo que tu vida en puntos
suspensivos, que nunca se convierten (ni se convertirán) en un punto y seguido,
en una coma… y alcanzar el punto final, ese glorioso momento que me está tan
próximo, parece nunca llegar.
Estoy aquí hace 15 años o 180 meses o 729
semanas o 5.475 días o 131.400 horas o 7.844.000 minutos, si es que las
Matemáticas no me fallan. Díganme, sinceramente, si no es una tortura
psicológica el tenerme guardado para nada. ¿Se creen que así voy a escarmentar?
¿Le devolverán la vida a Katia? ¿Piensan que no sufrí y que no sufro? ¿Me
devolverán la vida a mí o acaso me la quitarán de una buena vez? Les daría un
paseo por mi mente para que saquen sus propias conclusiones.
No quiero justificarme, pero al menos lo que
yo hice fue un impulso. Ah, pero ustedes tienen el crimen premeditado y
disfrutan viendo como muchos se fríen en la silla eléctrica o cómo los miran horrorizados
y asustados mientras, formando un público semejante al que acude a ver una obra
de teatro, esbozan una sonrisa cínica y llena de gozo, minutos antes de que el
“protagonista” sea inyectado con el pase a la muerte.
Qué decirles al respecto… Todos podemos equivocarnos y juro que estoy pagando mi error. Ahora, ¿por qué insisten en despreciarme, por qué gastan minutos valiosos de su tiempo en insultarme y en desearme el mal, cuando eso es todo lo único que tengo? Créanme, ya estoy en el hoyo más profundo jamás visto, esperando que la tierra por fin me tape.